Óscar Vara | 24 de agosto de 2021
El renovado interés por el Ártico es un reflejo de esta actitud. Si el polo se descongela, se abren nuevas posibilidades para la navegación marítima internacional y para la explotación de los múltiples recursos naturales que existen debajo del hielo. Rusia ha tomado la delantera.
El refrán castellano lo advierte: no hay mal que por bien no venga. Y es la actitud en la que viven las potencias que en la historia han sido: los cambios ofrecen, asimismo, oportunidades. El renovado interés por el Ártico es un reflejo de esta actitud. Si el polo se descongela, se abren nuevas posibilidades para la navegación marítima internacional y para la explotación de los múltiples recursos naturales que existen debajo del hielo.
La evidencia científica parece no dejar mucha duda sobre este deshielo que afecta tanto a la extensión como al espesor de la corteza helada polar. Esto sugieren los datos de las últimas dos décadas. De tal forma, que la tasa registrada de calentamiento de esta región del mundo es más rápida que la que se está registrando para todo el planeta tierra. La «amplificación ártica» es responsable de este cambio acelerado. Este fenómeno se produce porque la luz que antes se reflejaba sobre el hielo, ahora es absorbida por la obscuridad del océano, calentándolo. Si las nubes cubrieran el Ártico, como lo han venido haciendo durante los veranos, el calentamiento no se produciría, pero el deshielo provoca la reducción de la nubosidad en esta época del año y su incremento en invierno. La cooperación de estos factores se traduce en una reducción del llamado albedo de verano, es decir, del porcentaje de radiación que refleja la superficie del Ártico.
Esto significa que a más calentamiento, más probabilidad de que queden abiertas dos rutas marítimas en la región. La primera, el Paso del Noroeste, que no tiene mucha importancia geopolítica, aunque tendría la utilidad de unir el norte de China, principalmente Shanghái, con el noroeste de los Estados Unidos, es decir, con Nueva Inglaterra. Pero hoy en día dista mucho de ser una ruta comercialmente viable. La segunda, la trascendente, es la Ruta del Norte, sueño húmedo de todos los países que pueden estar implicados en esta región y que, históricamente, iba desde Múrmansk hasta Provideniya, con 2.600 millas marítimas de longitud y que, de abrirse, reduciría la reduciría la longitud del viaje entre el puerto de Ulsan en Corea del sur hasta el puerto de Rotterdam en Holanda, en nada 4000 millas náuticas.
Pero hay que contener el entusiasmo: estos mares ofrecen aún enormes dificultades. Los icebergs a la deriva y su cambiante espesor siguen siendo un reto para los rompehielos (incluidos los nucleares) y, también, para las aseguradoras porque incrementan notablemente la incertidumbre y los costes. También porque falta la infraestructura: boyas que alerten de los peligros, puertos para reabastecer a los barcos de combustible, comunicación entre la costa y los barcos e, incluso, marinos con experiencia polar.
Rusia mantiene el 60% del armamento nuclear en la Armada del norte, alrededor de la península de Kola, lo que asegura su capacidad de segundo ataque nuclear
Pero es que el mayor atractivo de este cambio no está en la superficie sino más abajo. El círculo Ártico representa el 6% de la superficie de la tierra: un área de más de 21 millones de kilómetros cuadrados de los cuales 8 millones son tierra firme y 7 millones de kilómetros cuadrados están en una plataforma continental con una profundidad de menos de 500 metros. Un informe del Instituto geológico de los Estados Unidos del año 2008, que ha sido revisitado en tiempos recientes sin cambiar sus predicciones, estimaba que estos campos de ultramar del Ártico descansa el 70% del petróleo aún no descubierto en el mundo, además del 30% de las reservas mundiales de gas natural, es decir, 1,7 billones de metros cúbicos y 44.000 millones de barriles de gas natural líquido.
El problema es que no está muy claro de quién es semejante tesoro. Habitualmente definimos el círculo Ártico como aquella región al norte del paralelo que está a una latitud aproximada de 66º y 34 minutos norte, de tal forma, que el sol está por encima del horizonte durante 24 horas continuadas al menos una vez al año, y por debajo de ese horizonte también, al menos, una vez al año. Pero pueden concebirse otras definiciones. Por ejemplo, la que introduce toda la región del mar de Bering dentro del círculo Ártico. O las que enfatizan, alternativamente, la temperatura media, la extensión del permafrost, la extensión del hielo en el océano o las fronteras administrativas y jurisdiccionales. Sí, la definición es convencional.
Así las cosas, distintos países intentan rascar alguna ventaja en estas diferencias. En principio, uno limitaría los candidatos a los países que tienen costa con el océano Ártico: Estados Unidos Canadá, Rusia, Noruega y Dinamarca a través de Groenlandia. Sus relaciones se articulan a través del Consejo Ártico, creado en 1996, que incluye a Finlandia, Suecia e Islandia, pero, también, a 6 organizaciones que representan a pueblos indígenas que tienen estatus de participantes permanentes, a otros 13 países no árticos (incluida España) y a diversas organizaciones intergubernamentales y no gubernamentales que actúan como observadores.
De hecho, China se considera país próximo al círculo polar Ártico (como la India). Al fin y al cabo, ¿no son los tesoros del Ártico propiedad del mundo? Petróleo, gas, tierras raras, uranio, zinc, hierro…son argumentos muy serios para intentar involucrarse en la región, cosa que China está haciendo a través de inversiones en los países escandinavos, muy preferentemente en Finlandia.
Pero es Rusia quién se lo ha tomado más en serio (los Estados Unidos no solo no firmaron la UNCLOS, Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, sino que no tienen rompehielos en número significativo). Por ahora, reclaman una región que se extiende entre las crestas de Lomonósov y de Mendeléyev: una zona de 1,2 millones de kilómetros cuadrados que Rusia afirma que son extensiones de la plataforma continental siberiana. Además, hay que recordar Rusia mantiene el 60% del armamento nuclear en la Armada del norte, alrededor de la península de Kola, lo que asegura su capacidad de segundo ataque nuclear. Si bien no está en una trayectoria de colisión con el resto de las potencias, principalmente porque necesita la inversión extranjera para desarrollar sus proyectos de explotación del gas y del petróleo.
De estar vivo, Julio Verne ya no diría que el Polo Norte no había sido explotado porque aún no había sido descubierto. No solo ha sido descubierto, sino que el Ártico nunca estuvo tan expuesto.
No ha aumentado el número de huracanes, pero sí parece haber un incremento en su potencia.
Las experiencias extraídas en estas semanas de confinamiento permiten pensar que un cambio del modelo económico y productivo es posible.